Por. Gabino Martínez Guzmán
En Durango, en 1992 el PRI y el PT hicieron un pacto secreto, mediante el cual, el PT se comprometía a deslindarse de la alianza del PAN-PRD, a cambio de que le proporcionaran las condiciones idóneas para ocupar la presidencia municipal del 92-95 y 95-98. Gracias a ello los peteros gobernaron la super conservadora ciudad de Durango y ranchitos del municipio de la capital; primero fue Gonzalo y después Marcos, dos de los cinco municipios. En el 92 los aliados PAN-PRD postulaban candidato a Gobernador a Rodolfo Elizondo, a quien en 1986 le habían arrebatado el triunfo a sangre y fuego. Esta vez venía por la revancha y en condiciones nacionales mas propicias, pues Salinas había llegado a la presidencia de la República con el apoyo del PAN, y había demostrado su agradecimiento al dejar ganar al PAN la gubernatura de Baja California sur, y en el 92-98 Francisco Barrio ganaría la gubernatura del estado de Chihuahua. No era infundado el temor de que un panista pudiera ganar en Durango.
Esos enjuagues y tendencias los conocía Don Maximiliano Silero que estaba en el ojo del huracán de la política mexicana; y desde luego, también los peteros, quienes además llevaban excelentes relaciones con Salinas de Gortari, en esas condiciones no fue difícil que el PRI y don Maximiliano I, aceptaran la petición de los petereos expresada en voz del presidente de la Republica. Don Max tuvo que aceptar y aguantar tres años los caprichos y payasadas de Gonzalo Yáñez.
Los peteros postularon para gobernador a un hombre de paja, pero la presidencia sería Don Gonzalo “el grande”, que iba en caballo de hacienda pues el PRI salió a la contienda municipal con una persona sin con ninguna presencia en la estructura territorial del PRI, y por añadidura, a Gonzalo lo abastecieron con abundantes recursos; mientras que al entonces joven Isaac le daban el dinero a cuenta gotas y a destiempo. En ese contexto llegó Gonzalinas a la presidencia municipal con tirantes, escobas y desde luego se hizo acompañar de “la corte de los milagros”, que jugaron el rol de regidores. La rancia y conservadora “gente de bien” de la capital se les retorcían las tripas de rabia; pero pronto se les pasó la rabieta al ver que Gonzalitos gobernaba igual que los priistas, incluso era mas demagogo que aquellos, y sumamente tratable; pues el Gonzalo quería ganarse las voluntades de los priistas de Durango. Fue así como un chilango gobernó la conservadora ciudad de los alacranes.
Así como la década de los setentas Echeverría había enviado a los cedepistas para forzar a los casatenientes a retirar sus capitales de ese ramo, hacía otro sector de la economía, ahora Salinas de Gortari, impulsaba a ese mismo grupo pero cobijados con las siglas del PT, para que éste no se le fuera a las filas del cardenismo. La “aristocracia nejayotera” de Durango se tragó su soberbia, su orgullo y mojigatería, fue así como Durango se convirtió por seis años en la Ínsula de Barataría.
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