Gabino Martínez Guzmán.
Ya perdimos nuestra capacidad de asombro. Muertos por aquí, muertos por allá, ayer hoy y mañana. A pobres y a ricos los están matando como si fueran chapulines. Hay una devaluación extrema de la vida. pues vale menos que un comino. Primero se decía que eran ejecuciones por ajuste de cuentas, y uno decía, "el que mal anda mal acaba". Pero después las muertes fueron subiendo de tono, y cambiando de perfiles caían gentes ajenas a los círculos del hampa; eran muertos de la clase media y alta y uno le encontraba la razón de esos muertos, a una posible lucha de clase de desposeídos contra riquillos sin embargo, fueron apareciendo muertes de personas que se dedicaban a trabajar y este cauce de la criminalidad nos dejaba desconcertados.
Además, nuestro asombro fue poco a poco subiendo de intensidad, primero fue un ligero dolor por la muerte de un semejante, así se dedicara a lo que se dedicara. Cuando aparecieron los descabezados, traíamos los ojos desorbitados. Pero hoy que hemos conocido crónicas de homicidios, donde las víctimas son cercenados, despellejados, echados en aceite caliente, en ácidos y descuartizados. Estas muertes nos dejaron sin explicación, con la piel "de gallina" y la pelambre erizada. Y uno se ,dice para sus adentros: esta crueldad inaudita no puede ser obra seres humanos. Sabemos que todos traemos un animal adentro, que provenimos y somos animales, que nuestra hominización es reciente y tenemos poco estrenando esta corteza humana, el grueso de nosotros tiene un componente animal del cual no se podrá desembarazar per se, solo el transcurrir de miles de años y en circunstancias humanas, el hombre será cabalmente humano.
Durante las guerras y revoluciones el hombre se animaliza, pues se convierte en un matador de sus semejantes. Vemos así que el hombre es el único animal que mata a los miembros de su propia especie. Le ordenan matar y mata, porque los otros traen la misma orden y la disyuntiva es: matar o dejar que te maten. Y de tanto matar se acostumbra a matar. Quitar la vida a un semejante, se mira como algo normal, como cambiarse de camisa o tomar agua. Incluso, muchas veces el gran matador lo elevan a la categoría de héroe y es venerado, respetado y admirado y hasta envidiado. En esos casos no hay remordimientos de conciencia, porque todos hacen lo mismo; matar y matar.
Pero en las guerras y revoluciones, si se quiere irracional, pero hay un justificante. En las guerras se mata por amor a la patria y odio al extranjero, son guerras de nosotros contra los otros y nosotros tenemos razones para matarlos. Lo mismo sucede con las guerras religiosas, con el agravante que son terriblemente furiosas. En las revoluciones es la lucha de los desposeídos contra los que tienen mucho de todo, y aquellos carecen hasta de lo elemental; ellos escogen uno de los dos caminos que les plantea la vida: morirse de hambre o morir peleando con la esperanza de una vida mejor para los suyos.
Hoy, ante la avalancha de muertes sádicas y de crueldad salvaje, también suelen echarle la culpa a la ausencia de valores morales, a la descomposición de la familia o a la atroz corrupción de la justicia. Quizá todos estos factores aporten una cuota para tener lo que tenemos. Pero no debe omitirse un elemento que hasta ahorita poco se ha mencionado: "el rencor de los excluidos". Este sentimiento permanece soterrado pero contiene un torrente de odio ciego. Cuando sientes que eres excluido social, económicamente y en todos los espacios de la vida, que se te niega el derecho a vivir con dignidad, a existir, a ser. Estos humanos se convierten en seres irracionales, traen una carga de odio acumulado contra todo y contra todos. Son como un kamikaze, el problema es que son muchos, pero tenemos que desactivarlos con una distribución equitativa de la riqueza. De lo contrario puedes perder la vida y riqueza.