Gabino Martínez Guzmán y Gabriel Castillo
Nadie nos garantiza que el mundo evolucione hacia determinados estadios; hacia ciertos paraísos. Puede haber acercamientos a algunos aspectos de la utopía en el sentido tradicional, pero es difícil que se dé ese paraíso. Tal vez convenga ver la utopía como una especie de motor que nos impulsa a lograr algo, a seguir adelante, con el convencimiento de que no necesariamente este mundo debe mantenerse como está o empeorar, sino que también existe la posibilidad de que mejore.
Nadie nos garantiza que el mundo evolucione hacia determinados estadios; hacia ciertos paraísos. Puede haber acercamientos a algunos aspectos de la utopía en el sentido tradicional, pero es difícil que se dé ese paraíso. Tal vez convenga ver la utopía como una especie de motor que nos impulsa a lograr algo, a seguir adelante, con el convencimiento de que no necesariamente este mundo debe mantenerse como está o empeorar, sino que también existe la posibilidad de que mejore.
Para que la sociedad sea menos salvaje, necesitamos primero cambiar al hombre, y para cambiar al hombre, necesitamos cambiar la sociedad. Este círculo viciosos por algún lado tiene que romperse, pero tenemos que dejar transcurrir el tiempo, mucho tiempo. Esos cambios serán fruto de una evolución lenta. Una revolución puede cambiar las circunstancias socioeconómicas de un país, pero si éstas, las controlan los mismos hombres, terminarán por degenerarlas. Ahí está Rusia, que es un ejemplo patético. Lo que se abre como alternativa es trabajar con las nuevas generaciones en dos sentidos: por una parte, con los jóvenes que forman parejas y se convierten en nuevos padres. Hacerles ver la importancia de construir otro tipo de relación con sus hijos, en la idea de formarlos para sentar las bases de otro tipo de sociedad, que venga a sustituir a ésta donde el salvajismo demuestra que falló la llamada civilización y que es necesario recuperar la noción de cultura en el sentido humanista. Por otra parte, atender desde la más temprana edad a los niños que ingresan al sistema educativo, bajo la idea de rehacer las escuelas para que retomen la función de socialización primaria que tiene que ver más con la formación que con la instrucción ( trabajar los hábitos, las actitudes, los valores, el desarrollo del carácter, de la personalidad). Se requiere reeducar a los maestros y educar a los padres para que se puedan formar las nuevas generaciones con posibilidades de transformar la sociedad, enfrentando la situación heredada con la conciencia de que puede ser mucho mejor. Efectivamente esto llevará tiempo.
El proyecto real de la izquierda legal es un proyecto liberal con cierta mejoría de las mayorías, pero nada más. Nos daremos por bien servidos si establece un régimen como el de Echeverría, pero sin el despilfarro que le fue implícito. Aunque nos queda claro que hoy la opción no son los grandes proyectos nacionales pues no hay condiciones para sostenerlos. Está emergiendo la tendencia a considerar la alternativa de generar muchos pequeños proyectos desde abajo, en familia, en asociaciones civiles, en organizaciones sociales. Se trata de ir transformando nuestro entorno y de ciudadanizar la política, entendiendo ésta como la posibilidad de dar rumbo, dirección, a los procesos sociales, económicos, culturales, con plena conciencia de que la realidad social no sólo se observa o se estudia sino también se construye. Hay que quitar el monopolio de la política a los partidos y volverle a dar la centralidad que le corresponde desde la perspectiva ciudadana.
Sabemos que Estados Unidos estará ahí con todo su poder y nadie le podrá tocar nada porque desestabilizaría el país en un dos por tres. Los ricos están y estarán ahí; al clero no lo podrán desaparecer ni yendo a bailar a Chalma. Las cosas medio cambiarán para que todo siga igual. Pero no podemos perder la esperanza, ni negarnos la posibilidad de contribuir aunque sea todavía en forma limitada a un cambio real.
Tenemos el ejemplo de Cuba, es un Estado donde hay cierta mejoría en algunos rubros que están dedicados a las mayorías, como la salud, educación, deportes etc. pero en otros aspectos el pueblo vive con carencias. Además el hombre sigue siendo el hombre viejo con sus apetencias ramplonas por todo lo que brilla y suena, por los buenos olores y la buena comida y quizá hasta un interés reducido por el arte, la buena literatura, la libertad. En particular, la libertad tiene una importancia vital. Un pueblo con libertad o que se crea libre, es un pueblo que buscará su destino, y que cuando son muchos los involucrados pueden arribar a situaciones aceptables de convivencia humana. Por ello es fundamental trabajar con las nuevas generaciones, para que sea la subjetividad lo que se transforme y, desde ese cambio interior, de mentalidad, se generen las condiciones objetivas de la nueva sociedad.
Sin embargo no deja de ser difícil, casi podría decir que imposible, que el hombre llegue a vivir o a construir una sociedad donde se sienta contento, realizado, que le permita hacer posibles sus sueños o al menos que le permita intentarlos. Pero si luchamos por cambiar el mundo que vivimos y no lo logramos, nos podemos acercar a uno menos cruel a éste en el que estamos viviendo. Esa sociedad será mil veces preferible a este mundo donde tienes que dedicarte toda la vida para llevar comida para ti y los tuyos, en una permanente enajenación. Donde los apuros y el cansancio no te dejan tiempo de tener ilusiones, de ver la vida que vives, de hacer amigos o realizar tus sueños. Te vas de este mundo como llegaste. Pobre de todo. Vivir así, o no haber existido, es lo mismo. Por ello vale la pena no ver esto como un inevitable destino y luchar porque sea diferente.
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