jueves, 14 de enero de 2010

DIOS SE OLVIDÓ DE LOS POBRES

Por: Gabino Martínez Guzmán

La prensa encierra ideas.
Pero con candados para que no se escapen.
Víctor Roura
La mayoría del pueblo de México cree en Dios. Pero Dios no cree en los mexicanos. Bueno, no en todos, porque hay un reducido grupo que son los consentidos de Dios, pues les ha dado riqueza de sobra. Mientras que hay millones de niños con hambre que tan solo dan una comida al día. ¿Qué hicieron esos niños para que se les trate de esa forma? Vivir sin comida, con frío, enfermos y en casas de cartón. ¿Qué pecado están pagando? ¿Por qué se olvidó Dios de ellos? ¿Qué hicieron que no quiere perdonarlos? Los pobres se quedaron sin dinero y sin Dios.
Según algunos católicos “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al cielo”. Casi estoy seguro que la gran mayoría de los pobres y, en particular los niños, estarían dispuestos a vivir bien aquí y ahora, aunque se pasaran toda la eternidad en el infierno. Además, debe haber un resquicio para eludir ese anatema, puesto que la mayoría de los cardenales, arzobispos, obispos y algunos curitas son ricos o viven como ricos. ¿Si ellos se la juegan por qué nosotros no?
El pobre necesita pan para el estomago y el espíritu, y nadie se los promete, ni se los da, todos los abandonaron a su suerte. Han ido a buscar trabajo y no los ocupan, han pedido limosna y les llaman holgazanes, drogadictos y delincuentes. ¿Qué camino les queda? ¿Qué hacer cuando ve a su hijo morirse de hambre? ¿Tan solo llorar y alzar los ojos al cielo? Para qué si Dios está ciego y mudo. Han ido a los templos a buscar a Dios y nada, solo han encontrado a unos señores que parecen faraones con vestimenta estrafalaria, rituales y oraciones rutinarias y ordenando: híncate, de pie, sentados, híncate, de pie…, pero de comida no se dice nada, ni consejos para conseguirla.
Han peregrinado por todos los partidos políticos y solo recibieron promesas y en algunos hasta el chicle les quitaron. Cuando se les enferma un hijo o un familiar después de probar con varios brebajes caseros, ungüentos y chiqueadores, por fin acuden a ese hormiguero que llaman hospital. Tienen que hacer fila, al fin, logran que lo vea una enfermera, luego un jovencito con bata blanca, quien manda hacer exámenes y extiende una receta para comprar medicamentos.
-No traigo dinero. Le dice el familiar.
-Pues haber cómo le hace porque aquí no hay ni mejorales.
-Se supone que en este hospital nos deben proporcionar servicio y medicinas, de lo contrario, sería una simple ventanilla de recomendaciones.
-Mi amigo, se ve que usted vive en otro mundo. Este es un hospital elemental, no solo no hay medicamentos, no hay médicos, no hay enfermeras suficientes, no hay camas, muchas veces los enfermos están en el piso.
-Pues nosotros vivimos en otro mundo, ya no sabemos si estamos muertos o vivos, somos como zombis por el hambre. No les extrañe si empezamos a comernos unos a otros, empezando con los más gorditos como usted doctor. Voy hacer que el niño se trague la receta haber si le sirve de algo.
-Usted sabe lo que hace, pero yo no puedo darle de mi peculio para que compre las medicinas; compréndame por favor, si eso hiciera con todos los que atiendo al rato andaría como ustedes y con ustedes.
-Dentro de poco volveremos pero no como enfermos, sino heridos o medio muertos. No nos dejan otro camino: o robamos o nos morimos de hambre.
-Por favor ya no me quite el tiempo que tengo más de 30 pacientes que atender y algunos están graves.
El hombre salió por la plataforma de acceso del lado poniente del hospital. Le impresionó ver un tiradero de cuerpos en el suelo; serían 100 ó 200, eran los familiares de los enfermos que estaban pendientes por si se necesitaba algo. Era un dormitorio al aire libre; el hombre pensó para sus adentros, en lugar de tantos jardines y palmitas con que adornaron la ciudad, por qué el gobierno no hace aquí un albergue para los familiares de los enfermos. Comedores o ya de perdido piletas con agua para engañar al hambre.
Se sentó junto a otras personas de otros municipios. Les preguntó la razón por la cual traían sus enfermos hasta la capital y le confesaron una triste realidad. Los hospitales en varios municipios son elefantes blancos, apenas si alcanzan el rango de Centro de Salud. ¿Dónde ha visto usted un hospital sin quirófano? Incluso, muchas veces los tales “hospitales” no tienen ni doctor. Así que hasta por una descalabrada tenemos que darnos la vuelta a la capital y de pasada ver las palmeras y luces de colores, que ya no sabemos si son una realidad o un espejismo producto de los días de ayuno.
La pobreza como la riqueza son creadas por la humanidad, no son una fatalidad como una plaga que brota por generación espontánea. Los responsables de la pobreza de este país tienen nombre y apellido. Se apoderaron de los centros económicos donde se concentra y se distribuye la riqueza que producen los trabajadores. Poco a poco se han ido quedando con toda la riqueza nacional, nos están robando, pero como son socios de los señores del poder hacen leyes para que el despojo social sea hecho legal. Recuerda, no nacimos pobres, nos hicieron pobres, y nos están haciendo más pobres todos los días. La riqueza es un producto social, de toda la sociedad y que incluso, la masa de capital es producto del esfuerzo de varias generaciones. La riqueza es como el alfabeto, el lenguaje y el aire: es de todos. Pero algunos vivillos se han aprovechado del poder y de la ignorancia del pueblo para despojarnos de lo que hicieron las generaciones pasadas y presentes.
Hambre y enfermedades es el azote de millones de mexicanos y de muchísimos duranguenses. ¿Qué irá a suceder? Con el actual sistema político y con los líderes de los partidos, no hay salida. Cada tres años nos van a pintar pajaritos en el aire. Por ahí no es la salida. Juntemos nuestra angustia, nuestra desesperación y transformémoslo en coraje, en rabia y que Dios nos proteja. Si nos están matando poquito a poquito todos los días; es mejor que nos maten a todos en un acto, chance y logramos que nos acompañen algunos barrigones.
Hay que hacer algo, lo peor de todo es permanecer callados y pasivos. Hay que juntarnos y gritar nuestro coraje y que tenemos hambre. Hay que unirnos todos los de las colonias y bajar al centro a exhibir nuestra miseria. Hay que hacerlo varias veces sin pedirles nada, tan solo exhibir el número de pobres y nuestros harapos. Si no hay respuesta voluntaria Dios nos dirá lo que tenemos que hacer. Pero que después no se quejen. Que recuerden: “tocamos las puertas de la Gloria y no se abrió, que de nuestros actos futuros en la tierra, responda la Gloria y no yo”.

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